3. La Legendaria Cofradía del León de Francia

Tenía que existir una palabra especial para el sonido de un teléfono vibrando. Desde principios de siglo le dicen zumbido, como si fuera una mosca o una abeja aleteando. Pero Marxo dormía, y el infernal aparato estaba debajo de la almohada. La sensación se asemejaba más a un terremoto.

Su departamento no parecía propio del un líder de ninguna resistencia. No parecía un centro de operaciones clandestinas, no era un zótano lleno de banderas ni estaba habitado por docenas de hackers sucios y desalineados. De hecho había sido inspeccionado varias veces por el Organismo Antirrevueltas -como la mayoría de las viviendas-, y nunca nadie había encontrado ni sospechado nada raro. Marxo era un ciudadano común y corriente que administraba una empresa inmobiliaria y vivía con su perro Pacho, que había rescatado del Comando de Eugenesia. En su tiempo libre accedía a una red encriptada desde sus computadoras para conectarse con el resto de La Legendaria Cofradía del León de Francia. Los demás miembros estaban disgregados por el país y el mundo, y probablemente también llevaban una vida sin sobresaltos. Los que no tenían un verdadero oficio a modo de tapadera habían quedado hace rato con el fondo de la lista de contactos No Disponibles.

Marxo se despertó en medio de la noche con el terremoto de su almohada, insultando por no haber dejado el aparato en el dock de sincronización, en cuyo caso habría activado el sistema centralizado de música y luces para despertarlo de forma más agradable. Hizo un gesto sobre la pantalla del aparato, y esta se apagó y se proyectó en el techo, donde se materializó el mensaje: "Estoy interesado en una propiedad de calle Francia". Era un código para que active la red segura, porque algo estaba pasando.

-Uh, pero son las tres de la mañana-, le dijo a las paredes, o quizás a la computadora, aunque sabía que el sistema no tenía emociones y no había nada que pudiese hacer al respecto. Pacho dormía en un almohadón a un costado de la cama. Paró sorpresivamente las orejas al escuchar hablar a su dueño, pero no se inmutó.

Era de madrugada y las cortinas abiertas dejaban entrar el resplandor colorido de las pantallas de la ciudad. Agarró el teclado que estaba en la mesa de luz, y ordenó cerrar las persianas. Escribió los comandos correspondientes y entró a la red. La pantalla tenía fondo negro y letras verdes. No era en absoluto necesario ya que hacía más de dos décadas las redes sociales tenían un diseño pulcro y moderno, pero el estilo Matrix era inmejorable para una red que funcionaba sin vigilancia estatal.
Los últimos mensajes empezaron a aparecer:

LF046: "se escuchan ráfagas de disparos en zona de plaza de mayo, alguien sabe algo?"

LF214: "yo estaba siguiendo una protesta que había pero dejaron de transmitir"

LF046: "quién dejó de transmitir?"

LF214: "todos"

LF315: "cómo todos?"

LF214: "sí todos al mismo tiempo"

LF062: "un amigo estaba ahí y no me responde"

LF079: "yo vi pasar varios vehículos negros por la puerta de mi casa, parecían militares"

LF046: "alguien interceptó alguna señal del sibios?"

(...)
LF050: "yo me metí, las cámaras de la zona no tienen señal, ninguna"

LF111: "copio un mensaje que intercepté esta tarde y recién terminé de desencriptar

Operación Blackout
La bomba de pulso está operativa. Se autoriza a todas las unidades antidisturbios a cargar armas con punta perforante y realizar un cerrojo alrededor de la plaza. No usar armas con accesorios electrónicos. Permiso a disparar una vez que se haya activado el apagón. No dejar dejar testigos vivos. Se dispondrán de cuatro camiones para cargar los cuerpos y llevarlos al centro de incineración BA-03. Mantener el cerrojo hasta que las unidades de limpieza acaben su trabajo. No utilizar sistemas de comunicaciones dentro de la zona de exclusión. Comunicarse siempre con nivel de encriptación 5."

Marxo tragó saliva. Volvió a leer el texto y la vista se le puso borrosa al bajarle la presión.

"alguien tiene contacto visual con la plaza?", preguntó bajo el pseudónimo LF000.

"yo, pero estoy lejos-, escribió LF036 -, veo todo negro, las luces de la casa rosada están apagadas".

"los mataron a todos", dijo LF124. Había 53 conectados mirando el hilo de mensajes y nadie decía nada. No había mucho para decir.

LF000: "Gente, no podemos entrar en pánico ahora. Sabíamos que el gobierno estaba terminando el desarrollo de bombas de pulso. Ahora sabemos cómo las van a usar. Y no pudimos haber hecho nada. Quemaron toda la plaza, ahora empecemos a revisar los videos de todas las cámaras aledañas y busquemos supervivientes, el estado nunca hizo las cosas bien, ni siquiera matar. Cada uno va a revisar una zona y quien encuentre algo, lo reportará por acá. Lo siguiente es penetrar el archivo del Sibios y sobreescribir los videos para proteger a los testigos, con suerte llegaremos antes de que los procesen".

Dejó el teclado y se fue a la cocina. Necesitaba tabaco y cafeína, iba a ser una larga noche.



La misión de la Cofradía era ser una molestia para las actividades turbias del gobierno, por lo que tenían cada vez más trabajo.

Se agruparon en 2009 con el objetivo de hacer una denuncia masiva contra el uso de niños como propaganda política. El objetivo era exponer los típicos casos en que el político toma a un bebé y lo besa frente a las cámaras. Pronto se dieron cuenta que todos hacían lo mismo, e incluso había muchos que iban a los barrios pobres con colectivos, reclutaban a niños y los hacían marchar con pecheras y estandartes. Luego tuvieron que enfrentarse a todos los que los cuestionaron, porque al fin y al cabo: "Si un padre puede llevar a sus hijos a la cancha o a un recital, ¿Por qué no a una protesta? Y si puede llevarlos un padre, ¿Por qué no puede un tutor llevar a diez niños con banderas?". Los debates filosóficos sobre dónde termina el gris claro y empieza el gris oscuro terminaron cuando los amenazaron de muerte.

Dejaron de hacer campañas públicas y de exponer sus caras y nombres. Más adelante el gobierno actualizó todos los documentos de identidad e hizo un relevamiento de datos biométricos de la población: todos los nombres estaban asociados no sólo a una dirección y teléfono, sino también a una foto y huella digital. La Cofradía descubrió que el software del padrón electoral de las elecciones de 2013 tenía un gravísimo error de seguridad, y sólo accediendo al código de fuente de la página web, podía abrirse y descargarse la base de datos completa. Para no volver a exponerse, enviaron el dato a diversos sitios web de seguridad informática y organizaciones de defensa de derechos civiles. Tuvo éxito, la noticia salió en todos los medios. Pero era más importante saber quién bailaba mejor en el reality show de la farándula.

También tuvieron cierto éxito sus investigaciones donde sacaban a la luz algunos trapos sucios de políticos: contrataciones de empresarios amigos con sobreprecios, desvíos de fondos a punteros políticos, lavado de dinero con la compra y venta de publicidad en el fútbol y hasta jugadores. Esto lo donaban casi todo a un famoso periodista que tenía un programa de televisión los domingos.

Con el pasar de los años pasaron lentamente a la clandestinidad. De campañas públicas a reuniones en bares, luego grupos secretos en redes sociales, y finalmente en redes encriptadas con servidores en el exterior. El gobierno sabía que había una especie de Batman oculto en algún lado, lo único que separaba al país de ser una monarquía totalitaria.


Marxo tomaba su oscuro café, miraba a Pacho y fumaba un cigarrillo, y a pesar de tener los ojos llorosos por lo que estaba pasando, se regocijaba al pensar que era la cabeza de ese Batman. La Legendaria Cofradía del León de Francia tenía que esquivar a los inspectores, evadir los todopoderosos tentáculos de Sibios, rescatar supervivientes y exponer a los asesinos. Y Pacho dormía.

2. Ivana

Ivana cenaba como todas las noches con su esposa. Había nacido en Rosario, estudió cine y se mudó a Europa. Durante muchos años participó en rodajes independientes, hasta que conoció a una productora francesa que terminó siendo su compañera de vida. La profesión las hizo pasar por la India y muchos países del sudeste asiático, hasta que decidieron volver a Argentina.

En muchos lugares se comentaba que su país natal, junto con Venezuela, eran los frentes del totalitarismo del siglo XXI. Cuando ella había dejado el país las cosas estaban mal, pero no era para tanto. Eponine era productora de películas y videojuegos pero siempre había sido una activista de la libertad, y no le gustaba que los gobiernos controlen la vida privada de las personas. Intentó convencer a Ivana de viajar Argentina para filmar un documental sobre la tan controversial cuestión. El problema era que no estaban bien vistos quienes habían abandonado el barco en plena catástrofe. Algo similar había pasado a fines de los '70, cuando muchos se escaparon en medio de la dictadura militar. Así que decidieron mudarse, instalarse en el país y demostrar que todavía se podía vivir y trabajar.

Sonó el timbre, se activó la pantalla pero no se veía a nadie en la entrada del edificio. La pantalla se desvaneció unos segundos, y se volvió a activar tras una segunda llamada. Esta vez aparecieron dos tipos sucios, con la cara encapuchada.

-¡Ivana, abrinos por favor!

-¿Quiénes son? - gritó la cineasta, mientras Eponine saltaba a buscar el botón de la policía.

-Somos nosotros, tus amigos...

-¡Sáquense eso de la cara! ¿Quiénes son?

-No podemos decir nuestros nombres ni descubrirnos la cara frente a una cámara, nos están buscando, y va a saltar en el Sibios. Si estás con Eponine decile que no llame a la policía. Cuando estudiabas cine nos juntábamos los viernes a tomar Fernet con los chicos. ¿Te acordás el disfraz ridículo que me puse en el cumpleaños de tu amiga, y que él no vino porque no sabía qué ponerse?

-¿Aprieto el botón de emergencia? - interrumpió Eponine, mientras Ivana empezó a palidecer.

-No, no. Son mis amigos de Rosario. No se qué hacen acá ni por qué están así. Creo que habían ido a la manifestación de Plaza de Mayo, pero después se cortó la luz y no supe más nada.

La puerta de entrada se abrió con un sonido neumático, y los dos amigos pasaron, mirando para todos lados. Treinta segundo después entraban al departamento.

-Hola Ivana y Eponine, gracias por abrir. La policía activó un aparato que quemó los teléfonos y después nos cagó a tiros. Fede y yo nos escapamos en el auto, que también fue baleado y tuvimos que abandonar a ocho cuadras de acá. ¿Tienen algo para comer?

El silencio inundó el ambiente. Eponine se había quedado totalmente quieta, apenas parecía respirar. Ivana balbuceaba atónita.

-Que ¿¡qué!? - fueron las únicas dos palabras que pudo emitir.

-Chicas, esto es en serio, les dijimos que no vuelvan a este país. ¿No estaban viendo la manifestación? Nos dispararon a todos, y no se si sobrevivió alguien además de nosotros. - Empezó a relatar Ezequiel.

-¿Te acordás de mi auto? - Acotó Federico -Lo sigo teniendo de aquella época. Lo pudimos poner en marcha por no tener encendido electrónico. Nos dispararon, quedó hecho un colador, así que bueno, no lo tengo más. Ezequiel consiguió un arma que se le cayó a un policía.

-Ah sí, eso. No se asusten, lo voy a dejar acá porque ya me queda incómodo atrás de la espalda.

Eponine seguía sin moverse.

-Chicos, ¿esas salpicaduras son de sangre?

-Si, pero es de la gente que estaba ahí, nosotros no estamos lastimados.

Eponine fue al armario y sacó un whisky con cuatro vasos.

-¿Y qué van a hacer?

-No sabemos, pero estaría bueno que pudiésemos pasar la noche acá, que nos consigan algo de ropa y maquillaje para que no nos reconozcan las cámaras hasta que veamos cómo volver a Rosario. Por cierto, ¿Cómo va el documental sobre la democracia en Argentina?

No había muchas palabras para compartir en esa situación, y la medida de licor escocés venía bien para bajar un poco el nivel de adrenalina que tenían los cuatro. Los dos amigos fueron al baño de a turnos para quitarse un poco la mezcla de sudor, sangre y olor a pólvora, mientras la pareja fue a preparar algo más para comer.

"Preparar comida" era un eufemismo para "presionar un par de botones en la máquina de comida pre-lista". El aparato integraba un congelador con verduras deshidratadas, carne artificial de varios animales, y condimentos en polvo; un hidratador, un mezclador mecánico y un horno eléctrico. No era lo mismo que una buena comida casera, pero en diez minutos se podían obtener cientos de platos distintos a partir de un álbum de recetas que crecía todos los meses en el sitio web de la empresa.

-¿Esto tiene pavo? -, preguntó Ezequiel mientras comía la lasagna.

-Sí-, respondió Eponine. -La carne de pollo no está bien lograda, y hace meses que compramos sólo pavo. Ivana dice que es difícil acostumbrarse a la carne de pollo cultivada en laboratorio porque desde siempre comimos pollo de verdad, pero con esta no se nota tanto la diferencia.

-Ezequiel-, interrumpió Federico -basta con la maquinita. Ya se que significa mucho para vos porque escribís sobre esto desde que era ciencia ficción, ya te vas a comprar una, pero tenemos que ver qué hacer.

-Quería al menos cenar sin pensar que estamos en la mira de Los Herederos de Él. ¿Tenés alguna idea?

-Ezequiel, en serio, esto fue terrible, pero a la larga las cosas van a salir bien, siempre triunfa el bien-, dijo Ivana.

-No, siempre no. A veces triunfa lo que algunos creen que es el bien, porque al fin y al cabo, no todos tenemos los mismos criterios de bien y mal.

-Pero con eso se puede justificar cualquier cosa.

-Supongo, por eso tenemos el gobierno que tenemos. Aunque quizás con el tiempo salgan todas las variables a la luz, y desde esa perspectiva se pueda ver si lo que se hizo fue bueno o malo en términos más objetivos.

-¿Qué? -, preguntó Eponine. Su español no era excelente, pero el concepto había sonado confuso para todos.

-Que las cosas se van a terminar sabiendo. Algo así no se puede ocultar, por más que hayan usado esa bomba rara. Y por más que quien dio la orden intente justificarlo, cuando se sepa la verdad, la gente se los va a querer comer vivos. Las chicas tienen cámaras, filmemos un video contando todo lo que pasó.

-¿Y qué hacemos después? Sibios lo va a tumbar ni bien detecte nuestras caras, van a rastrear la IP y en un par de horas vamos a ser otros más de los No Disponibles-, increpó Federico.

-¿No disponibles? -, preguntó Eponine, esta vez había escuchado bien pero no había entendido.

-No Disponibles. En los últimos cinco años, empezaron a aparecer contactos No Disponibles, transparentes, desconectados- empezó a explicar Federico-. No se habla mucho de ellos por miedo. No son desaparecidos porque sus familias tienen miedo de denunciar. Son gente que se esfumó. A algunos incluso se les borraron la mayoría de comentarios y fotos. El único rastro que queda de ellos es el nombre en gris, con la foto de perfil de silueta gris. La gente se olvida porque van quedando abajo de todo de la lista de contactos, pero se acumulan lentamente, y no se fueron de viaje.

-Algunos pensábamos que los responsables podían ser ese grupo de psicópatas que se dicen "Los herederos de Él", pero ni siquiera sabemos cuánto poder tienen. Y ahora que estamos salpicados con sangre que derramó el mismísimo gobierno, es más que obvio que todo viene de más arriba.- aseguró Ezequiel.

-En Europa no podría pasar algo así, ¿no hay acaso organismos de Derechos Humanos?

Ezequiel sonrió y lo miró a Federico, él era el que siempre explicaba esta parte a los extranjeros.

-Sí, del gobierno. Fueron lo primero que conquistaron. Al principio los intervinieron para aceitar los juicios a militares genocidas de la última dictadura militar, pero con el tiempo se transformaron en otra pata para intercambiar favores políticos y lavar dinero. Y lo que fue más importante, monopolizar el concepto mismo de Derechos Humanos. Una estrategia impecable, ¿quién sería capaz de cuestionar a una organización que alguna vez encarceló a genocidas?

Ivana se había levantado de la mesa para ir a buscar las cámaras y las luces. El departamento no era muy grande pero podían usar la pared blanca del dormitorio como fondo.

-Chicos, ya están listas las cámaras. Para que sea más difícil de rastrear podemos grabar el video en baja definición y sin 3D. Yo después le paso un filtro que borre la huella digital que deja la cámara.

-¿Huella digital de qué? - preguntó Federico.

-Cuando una cámara graba, tiene ciertas características de colores, calidad, rayones de la lente, píxeles muertos, además de metadatos como la marca y modelo, apertura del diafragma, distancia focal y especialmente la ubicación por GPS en donde fue tomado. A pesar de que desactive eso, todo lo demás queda guardado con el archivo y podrían compararlo en minutos con la base de datos de vendedores y encontrarnos.

-¿Sería como las marcas que quedan en una bala por las estrías del cañón?

-Sí, eso mismo. Esto se viene usando desde hace bastante para arrestar a los que se filman haciendo cosas ilegales para hacerse los vivos. Pero no es difícil de borrar si sabés cómo hacerlo. El único tema es que no se cómo lo vamos a publicar sin que lo tumben.

El timbre sobresaltó a todos, quienes giraron automáticamente hacia la pantalla.

-¡Ivana! ¡Ivana! ¡Soy Pedro, por favor abrí! ¡Me dispararon!

Los treinta segundos que pasaron entre que se abrió la puerta de abajo y el colega de Ivana llegó al departamento parecieron una eternidad. Pedro abrió la puerta, pálido, temblando y se desplomó. Tenía las dos manos empapadas de sangre, y en el abdomen había una mancha bordó que chorreaba por los pantalones.

-Eponine, buscá una toalla, agua y el botiquín entero -gritó Ezequiel. No sabía mucho qué iba a hacer, pero siempre había leído sobre cómo actuar en situaciones de primeros auxilios, y una vez mantuvo con vida a un tipo que chocó con una moto hasta que llegó la ambulancia. -Fede, sacale la mochila y fijate si la bala salió.

-No -dijo Pedro como pudo-, no salió. No se cómo llegué tan lejos. Estaba en la plaza pero no en el medio. Se apagó todo y la policía entró corriendo y disparando, yo me pude escapar.

-Sí, nosotros también estábamos ahí-, respondió Federico.

-Yo lo filmé.

-Todos lo filmamos, pero se quemaron todas las cámaras.

-La mía no.

-No puede no haberse quemado.

-Tenía conmigo la cámara de mi abuelo.

A Ivana, que se mantenía un paso atrás, sorprendida y medio shockeada, se le pusieron los ojos como platos.

-La cámara que me contaste con cinta Kodak.

-Sí, está en la mochila. Grabé la masacre hasta que sentí el ardor en el pecho y me di cuenta que era una bala. Guardé la cámara y corrí. Y vine para acá Ivana, no podía ir al hospital con la grabación.

Pedro estaba tirado en medio del departamento, cada vez más pálido. Ezequiel le presionaba la herida para que no sangre y Eponine trataba de darle de tomar agua con una botella. Federico tenía la mano sobre el botón de emergencias, esperando a que le digan que lo presione para que venga la ambulancia. Ivana se acercó para abrir la mochila y revisar la cámara.

-Chicos, yo no puedo más -dijo Pedro con palabras cada vez más atenuadas-, revelen el rollo.

Su cuerpo se relajó y su vista se perdió en el techo. Lo que acababa de pasar no era algo fácilmente asimilable. Las chicas rompieron en llanto y se abrazaron. Los muchachos intentaron no cruzar miradas, intentando aguantar las lágrimas.


La noche sin nubes y con luna de cuarto creciente quería ser oscura, pero las luces eternas de la ciudad no se lo permitían. En el departamento de Ivana yacía Pedro cubierto con una sábana. Habían pasado un par de horas y más de media botella de escocés. La pareja y los dos refugiados estaban sentados en sillones, despiertos pero sin hablar.

-Marxo-. Dijo de repente Ezequiel, con cara de epifanía.

-¿Qué?-. Preguntó Federico.

-Marxo, el líder del grupo de resistencia de Internet. La Legendaria Cofradía del León de Francia.

-¿Francia?-, preguntó Eponine sin pronunciar bien la "r".

-Se llaman así, pero no tienen nada que ver con tu país. Eran un grupo que luchaba por la independencia de Internet antes de que a Sibios le conecten el módulo de inteligencia artificial. A partir de ahí pasaron a la clandestinidad, y se cree que son responsables de los atentados que sufren los servidores de vez en cuando.

-¿Y qué nos importan los terroristas marxistas?-, preguntó Ivana.

-No, no. No tienen nada que ver con Carlos, no son socialistas ni terroristas, nunca mataron a nadie, los atentados eran de virus informáticos. Cuando sepan que tenemos un video de la masacre en cinta Kodak, no lo van a poder creer. Si alguien nos puede ayudar, son ellos.


La historia se seguirá publicando en este blog de a capítulos. Podés suscribirte para que te lleguen las partes por mail, o seguir la página Facebook. Y dado que no hay ningún otro método de difusión, si te gustó, ¡compartí!

Para seguirme en Twitter: @proyectosandia

1. Apagón

No teníamos a dónde ir. Éramos una masa de cientos de personas en medio de la noche fría en la plaza, intentando manifestar una vez más por el derecho a no ser pisoteados. Pero estábamos encerrados y la utópica lucha por la libertad se había convertido en una lucha por nuestra vida.

La policía tenía órdenes directas de sofocar la manifestación, pero a la vez tenían que hacer las cosas “bien” para no quedar como represores asesinos (como si a estas alturas a alguien le importara). De una forma u otra, esta vez fueron inteligentes: lograron infiltrar a un agente en el centro de la Plaza de Mayo con una bomba de pulso en la mochila. En realidad no estaba del todo seguro, pero era la única explicación.

De un segundo para el otro todo se apagó. Los chips de todos nuestros teléfonos se frieron, muchos de los cuales estábamos usando para mostrarle al país y al mundo -aunque se hayan quedado comentando trivialidades en las redes sociales- que había gente luchando por sus derechos. Todas las luces, todos los destellos de colores de nuestros gadgets desaparecieron. Incluso los anticuados que todavía usábamos relojes pulsera. Sólo el alumbrado público a lo lejos seguía brillando, y los edificios que estaban a un par de cuadras.

Ahí fue cuando nos dimos cuenta de que nuestras “armas”, lo único que impedía que el Gobierno haga caer el pesado monopolio de la fuerza sobre nuestras cabezas, se había evaporado.



La gente suele decir que la Teoría de la Evolución se basa en la supervivencia del más fuerte. Luego de trabajar veinte años como periodista científico podría decir que sería millonario si me hubiesen dado un peso por cada vez que les tuve que decir que “no era tan así” (esto lo decía hace varios años, cuando tener un millón de pesos era tener mucho dinero). El hecho es que los que sobreviven no son los más fuertes sino los más adaptados a un entorno.

Si lograba salir de la plaza entero, pensaba escribir un extenso artículo sobre la Evolución y sobre cómo un grupo puede extinguirse cuando espontáneamente cambian las reglas del juego. Porque eso era exactamente lo que estaba por pasarnos... los policías con garrotes y pistolas de gas eran eran los más aptos frente a un grupo de ciudadanos armados con cámaras que se habían transformado en pisapapeles.

En los últimos veinte años las cosas venían yendo de mal en peor. Bueno, en realidad, eso dependía de tu opinión política y filosófica frente a la realidad. Argentina estaba dividida en dos: el grupo que votaba siempre al mismo conglomerado político, y “el resto”. Si no te molestaba pedirle permiso al Gobierno hasta para hacer un asado, no ibas a tener problemas. Y de hecho, si no te quejabas ibas a conseguir trabajo y favores mucho más fácil. Los que preguntaban mucho comenzaban a tener mala suerte de forma inexplicable y todo les costaba el doble.

La razón por la cual estábamos en peligro de muerte en este instante, era porque nos habían cortado cualquier forma de comunicación, y literalmente estábamos solos. Hacía tiempo que no existían medios no-gubernamentales. Desde la década del ‘10, parecía como si los presidentes (y presidentas) estuviesen leyendo el libro 1984 de Orwell como un manual de instrucciones. Empezaron por hacer cadenas nacionales de forma cada vez más frecuente y multiplicaron casi por cien el gasto público en propaganda gubernamental en medios privados. Eso fue mutando lentamente a que intercambiaran favores y dinero por la línea editorial de canales de televisión y periódicos. En una época todavía se podía ver cómo muchos periodistas se habían convertido en propagandistas, pero luego el Instituto Gubernamental de Revisionismo Histórico limó muchas de esas asperezas.

La compra de medios generó que la variada cantidad de opiniones se reduzca a dos, y los dos puntos de vista se hicieron cada vez menos objetivos. Eventualmente el Poder Ejecutivo decretó que el monopolio mediático afectaba a la gobernabilidad y la soberanía nacional y decidió expropiarlo. Así, sin más. Las numerosas empresas que formaban el conglomerado privado pasaron a ser controladas por los seguidores más fanáticos, al igual que todos los cargos públicos posibles, y así se iban asegurando un poder casi absoluto.

La gente no es estúpida, la mayoría veía lo que pasaba. Pero la mentira estaba demasiado bien orquestada y hasta recordaba a esa fábula berreta de que si tiramos una rana en agua hirviendo, va a pegar un salto y salvarse, pero si la metemos en agua fría y la calentamos de a poco, se va a sentir cómoda hasta morir cocinada. La gente se quejaba de cada pequeña mentira, de cada vez que un político robaba o ponía a sus familiares como ministros, de cada nueva ley que le aumentaba los impuestos y le prohibía hacer algo nuevo, pero luego había un período de tranquilidad (también llamado “pan y circo”) en el que la atención se desviaba y daba vía libre para que se reinicie el ciclo. Sólo que cada vez los poderosos tenían más poder que antes y nosotros éramos menos dueños de nuestras vidas.



La plaza. Los teléfonos apagados. Y luego explosiones sofocadas. Estábamos encerrados y veíamos muy poco. La gente corría en círculos y gritaba. Parecía que todo pasaba en cámara lenta y la situación era tan irreal que incluso me causó gracia ver a un tipo caer al suelo por haber pisado una tableta electrónica quemada. Lo que me hizo bajar a la realidad cuando creí que me habían escupido en la cara, y al intentar limpiarme me di cuenta que era sangre.

-¡Son balas de verdad! - gritó una chica de unos veintitantos, entre sollozos, que estaba arrastrando a quien debía haber sido el novio.

Una vez más el tiempo pareció detenerse y esta vez vi lo que realmente pasaba. La policía masacraba a la gente en medio de Plaza de Mayo. Algunos lograban llegar a sus autos, pero no tenía sentido: los que eran eléctricos no iban a funcionar porque los circuitos estaban fritos, y los que todavía quemaban algún destilado del petróleo tampoco iban a arrancar porque la inyección de combustible al motor era controlada por un circuito.

-¡Dejá de quedarte ahí parado como un gil, vení! - me gritó Federico, que había venido conmigo desde Rosario y lo había perdido de vista hacía un rato.

-¿A dónde? Estamos al horno...

-¡Al auto, boludo! ¡Agachate y corré!

-Che, el PEM quemó todos los circuitos, los de tu auto también.

-El 147 es modelo ‘88, no tiene inyección electrónica, a lo sumo se habrá quemado el GPS y el audio. Por suerte no lo cambié nunca...

-Uhh... es genial estar hablando de esto entre los disparos.

Generalmente, quienes logran sobrevivir a una situación en la que corre riesgo su vida son los que no se dejan llevar emocionalmente por la situación, y piensan en frío y de forma racional. Fede y yo siempre fuimos bastante extraños, así que no era tan anormal estar hablando de mecánica y tecnología mientras la policía nos masacraba como animales. Incluso me producía más adrenalina, algo que iba a necesitar en abundancia esa noche.

Nuestros ojos ya se estaban acostumbrando a la falta de luz y empezábamos a ver un poco más. Lo que ayudó fue que estaba nublado, y las luces del resto de la ciudad pintaban las nubes de naranja, que a su vez nos revelaron el resto de los detalles y la posición del viejo Fiat.

Corrimos alejándonos de la Casa Rosada hacia el Palacio de Gobierno, frente a donde habíamos dejado el auto. Plaza de Mayo ocupa unas dos hectáreas, y había policías en todas las intersecciones. No eran tantos, pero estaban armados y disparando.

Media cuadra más adelante un tipo pateaba con furia la puerta de su auto, que no reaccionaba a la llave electrónica. Hasta que el vidrio de la ventana explotó y tanto el auto como él se llenaron de agujeros. No podía estar pasando esto.

Nos subimos al 147 y por suerte arrancó. Incluso andaban las luces, que eran lámparas incandescentes y no leds con sensores electrónicos para medir las distancias y regular la potencia, como venían los autos de ahora. Fede puso primera y salimos derrapando por Rivadavia. Cuando las luces apuntaron a los policías alcancé a ver sus ojos de sorpresa: no creo que hayan calculado que alguien se iba a poder escapar. Y esa sorpresa nos salvó, porque tardaron unos segundos en reaccionar y abrir fuego. Para ese momento ya nos habíamos agachado y logramos zafar de las balas que atravesaban el parabrisas.

El hecho de que nos agacháramos también nos evitó el dilema ético de si debíamos atropellarlos o no. Simplemente seguimos derecho y si no se corrían se jodían. Y parece que uno se jodió porque sentimos un golpe y pisamos un bulto. Tampoco es que nos vaya a quitar el sueño haber atropellado a un tipo que intentaba asesinarnos, además, seguro se iba a recuperar porque no íbamos a más de cuarenta y el auto no era pesado.

Lo siguiente fue sentir que algo me golpeó la cabeza, pero esperé a que nos alejemos una cuadra más para levantarme y confirmar lo que me imaginé. El impacto había despojado al milico del arma, que había rodado por el capó y se había metido por el parabrisas roto. Seguíamos agachados y Fede cada tanto asomaba la cabeza para ver por dónde andábamos.

-Hey, ahora tenemos un arma. - le dije emocionado, como si estuviésemos en una película o algo así. Me iba a tardar en caer la ficha de todo lo que acababa de pasar, y de que que habían muerto docenas de personas ahí atrás.

-¿Para qué queremos un arma?

-Tenemos que hacer más de trescientos kilómetros hasta Rosario. El auto está lleno de agujeros, ya veremos para qué nos sirve.

-¿La sabés usar al menos?

-Creo que sí, la usé en varias batallas en la invasión de Rusia a Estados Unidos en el 2020.

-¿Eh?

-Call of Duty, un juego genial. A ver esperá - mientras probaba diferentes botones hasta que saltó el cargador-, sí, tiene como treinta balas todavía.

Un ruido metálico bastante intenso fue seguido de un pitido agudo constante y ensordecedor. Como una pava gigante hirviendo que largaba un chorro de vapor. O como una bala perforando el tanque de gas, y éste largando toda la presión a través del vidrio de atrás roto con la suerte de que nada haya hecho una chispa.

-¡Le pegaron al tanque de gas! ¡Pasalo a nafta!

-¡Sí, me di cuenta! ¡Estoy intentando!

El auto dio el típico sacudón de cuando se pasa de GNC a nafta y aceleró con más fuerza. El olor a gas era insoportable, pero se iría en unos segundos, y se compensaba con la satisfacción de no haber volado por los aires.

-Ok, recapitulemos un momento. Un Periodista y un Ingeniero vienen a Buenos Aires a una manifestación porque el Gobierno está expropiando edificios del centro. Estábamos transmitiendo por Internet lo que hacíamos, y mucha gente nos estaba viendo. De repente llega la policía con un dispositivo de guerra de última generación, nos quema los teléfonos y nos caga a tiros.

-Sí, ayer éramos dos profesionales, ahora somos dos prófugos que se escapan en un colador con ruedas. Hace veinte años que lo tengo, no puedo creer que haya quedado así.

-Tenemos que dejarlo y quemarlo. Y conseguir maquillaje. Las cámaras de la Plaza se quemaron, pero las del resto de la ciudad no. Y el sistema SIBIOS nos va a identificar en minutos.



El Sistema Federal de Identificación Biométrica para la Seguridad (SIBIOS para los amigos), era un proyecto vigente desde 2011. Había empezado como un sistema que articulaba información entre dependencias de la policía, para compartir datos sobre huellas digitales. Al año siguiente -de casualidad- hicieron documentos de identidad nuevos e incluyeron nuestra cara en el sistema.

A partir de ahí la cosa progresó de a poco. Cada vez hubo más cámaras de seguridad, y de mayor nitidez. Cada vez mejoraron más los sistemas informáticos de reconocimiento facial, y hoy era cuestión de analizar los videos para tener nuestro nombre en un par de horas. Incluso se corría el rumor de que el proceso inverso también era posible. Hace dos años escuché por primera vez que el software había empezado a hacer análisis de imágenes y etiquetado en tiempo real. Eso significa que podían poner nuestro nombre en el buscador y el sistema devolvía nuestra ubicación actual (o la más reciente).



En el asiento de atrás había una campera mía, hacía frío, pero nos iba a salvar la vida de otra forma. Me limpié un poco las gotitas de sangre que tenía de algún pobre hombre, corté las mangas y me até un pedazo en la cara. Sostuve el volante mientras Fede hacía lo mismo. Habíamos hecho un par de kilómetros en zig zag por calles secundarias. Ya no sabíamos dónde estábamos pero teníamos que abandonar el querido colador.

-Tenemos que acercarnos a la casa de Ivana-, gritó, como si hubiera tenido una epifanía.

-¿La cineasta?

-Sí, ella sabe de maquillaje, recibió premios y todo.

-Estamos a quince cuadras de su departamento de Recoleta, dejemos el auto por acá y sigamos caminando.

Si hubiésemos querido ir más lejos no habríamos podido. La ráfaga de balas había perforado el radiador, y si bien no se veía mucho vapor porque íbamos rápido, la temperatura estaba al máximo, y el motor a punto de fundirse.

Frenamos medio a los golpes, y ahí sí empezó a salir vapor a lo loco. Estábamos en una calle donde no se veían cámaras cerca, pero seguro nos habían fichado en el camino. Nos bajamos, yo me escondí el arma detrás de la cintura, bajo la remera y me empecé a alejar. Fede se había quedado atrás, y se acercó corriendo.

-¡No teníamos patente atrás ni adelante! ¡Se deben haber caído con los tiros!

-Y los disparos fueron en la zona cero, donde se habían quemado las cámaras, así que por ahora debemos ser anónimos.

Empezamos a caminar, la calle estaba oscura. No faltaban luces pero sobraban árboles. Cualquier persona normal habría evitado las paralelas a las avenidas, pero nos teníamos que esconder de los patrulleros. Y además teníamos un arma más grande que cualquier vendedor de droga de la ciudad, con los que seguramente nos mimetizábamos. Las sirenas de la policía no se escuchaban pero sí se veían los flashes azules de los vehículos cuando cruzábamos bocacalles.

El tranquilidad de la noche se interrumpió por un suave zumbido que se sentía cada vez más fuerte, llegando a ser como un panal de avispas furiosas. No nos dábamos cuenta de dónde venía porque los edificios hacían rebotar el ruido por todos lados, hasta que vi una lucecita titilando en el aire unos cien metros adelante.

La vida se volvió a poner en cámara lenta. Se lo señalé, me miró con cara de “cagamos”, y vi que al lado teníamos un Mercedes viejo. Nos tiramos abajo. El zumbido se hacía cada vez más fuerte y la mugre que había en el piso se volaba para todos lados. No lo veíamos, pero se sentía la presencia. El monstruo flotaba a tres metros del suelo mientras escaneando todo. Era un cuadricóptero de la policía (algunos les decían drone). Había muchos dando vueltas por la ciudad. No medían más de un metro, pero tenían cuatro hélices, varias cámaras y una computadora que los hacía hacer piruetas casi mágicas.

Al principio los había usado la prensa para filmar partidos de fútbol y manifestaciones. El Municipio de Tigre compró cuatro “para proteger a los ciudadanos”. Los primeros meses fueron un juguete divertido para los policías que los controlaban con un joystick desde la oficina. Hasta que cayó el primero por un escopetazo anónimo. El desafío estaba planteado, y en dos días cayeron los otros tres. Si pegarle a un uniformado era revolucionario, dispararle a un monstruo electrónico que violaba tu privacidad con la excusa de protegerte, lo era mucho más.

Pasaron unos cuantos años en los que no se volvieron a ver. No podían hacer mucho porque el blindaje es muy pesado para estos bichitos, hasta que mejoraron las cámaras, los motores y los circuitos. La nueva generación de drones llegó en 2021 (lo recuerdo porque parecía ciencia ficción), tenían cámaras que podían detectar el fogonazo de un disparo, poner los motores en reversa y esquivar la bala. El sistema no funcionaba siempre, pero sí lo suficiente como para que se cansen de tirarles. Además emitía un alerta automática de la procedencia de la explosión, y los graciosos terminaban tras las rejas.

El bicho siguió su camino, no notó nuestra presencia, pero el cagaso no nos lo sacaba nadie.



La historia se seguirá publicando en este blog de a capítulos. Podés suscribirte para que te lleguen las partes por mail, o seguir la página Facebook. Y dado que no hay ningún otro método de difusión, si te gustó, ¡compartí!

Para seguirme en Twitter: @proyectosandia